miércoles, 5 de marzo de 2014

Miércoles de Ceniza.

Terminados los excesos carnales correspondientes a las últimas semanas hoy se celebra en la Cristiandad el Miércoles de Ceniza, jornada de ayuno y abstinencia según los mandamientos de la Iglesia. En mi casa el ayuno siempre se convirtió en tema de bromas y chanzas, pero lo cierto es que nos acostumbramos a cumplir con esa obligación que, por otra parte, no deja de ser algo muy llevadero para una persona adulta.

En el Capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, Jesús nos enseña cómo ha de hacerse el ayuno inmediatamente después de enseñarnos el Padre Nuestro. Para mí toda esta parte de las Sagradas Escrituras contienen el cúlmen del pensamiento por el que considero debo regir mis actos (lo cual no quiere decir que siempre lo cumpla: Soy tan pecador como cualquiera). Así como en el Capítulo 5 se nos muestra el Sermón de la Montaña en el Sexto se nos habla de la limosna, de la oración y del ayuno. Como hoy lo que quiero es explicar mi visión del día, hablaré de esto último.

"Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos como hacen los hipócritas, que demudan sus rostros para mostrar que están ayunando. Os aseguro que éstos ya han recibido su premio. Pero tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que tu ayuno lo note no la gente, sino tu Padre que está en lo escondido, y tu Padre que está en lo escondido te recompensará."

Estas hermosas palabras nos ponen ante Dios en nuestro sacrificio personal, por lo que esa muda oración -ese acto de obediencia y sumisión a Sus designios- son los que deben movernos a "mortificar" nuestro cuerpo con las privaciones que consideremos oportunas. Y digo obediencia y sumisión para dejar claro que no se trata de transgredir normas más o menos humanas ni tradiciones más o menos lógicas: Se trata de decirle a Dios que sabemos que en cuarenta días, pues el Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma, empezaremos a conmemorar su Pasión, y queremos agradecerle que dejara que machacaran su cuerpo hasta la muerte para que nuestros pecados fueran perdonados.

No creo que el problema sea, como en otros casos, la pérdida de las tradiciones de nuestros mayores; en este caso de lo que se trata es de la pérdida de la Fe, y ante ese descreimiento os animo, y sé que no soy quien, a ofrecer alguna pequeña privación por aquello que consideréis importante, sin tratar de pensar en si el vino, el café, la cerveza o la mantequilla de la tostada rompen el ayuno o no lo rompen. No se trata de eso y nunca se ha tratado de eso, sino de reflexionar acerca de lo efímero de nuestro paso por este Valle de Lágrimas y de lo necesarios que somos todos y cada uno de nosotros, aunque a veces lo ignoremos, en ese camino común que ha de ser la salvación del mundo.

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