domingo, 16 de febrero de 2014

El fénix.

Otra vez embebido en mi inconsciencia
omnisciente de nada utilizable
mascullo en mi interior que ha sido en vano
el esfuerzo por el destinatario.

Un genio incomprendido, eso es, decido;
ahora ya me defino sin dudarlo.
La gente no me sigue pues no entiende
ese encendido estilo, esa riqueza
ese verbo fluido, esa simpleza,
que hacen de todo el corpus un compendio
de belleza de estilo y de rareza.

Porque otra razón yo no la encuentro,
lo que no puede ser es que sea cierto
lo que intuyo hace tiempo de que bueno,
después de Garcilaso y de Quevedo,
están Bécquer, Machado, Federico
tal vez Rubén Darío y Rosalía,
y que nadie señala con el dedo
a Brandoni como un simple heredero.

¿Entonces a que aspiro cuando escribo
osado en el Olimpo de la letras?
¿A entrar en el Parnaso mientras ripio?
¿A llevar a Estocolmo mi asonancia?
¿A un Cervantes, tal vez? ¿O a que en Oviedo
me reciba Felipe en pajarita
y me diga eres gloria de las letras
por cuatro versos libres que han surgido
más del sudor que de haber preparado
algo digno ni de ser recitado
en un tugurio graso de humaredas
de esa España que ya se ha terminado?

Que no soy de tertulias literarias
complacientes de genios que han llegado
al sumun de la composición en letras
y por eso no voy a complacerme
escuchando lisonjas de colegas
que se han autoelevado a los altares
de la literatura y la sapiencia.

Como Lope de Vega seré un Fénix
pero no como él, de los ingenios.
En mí no hay tanto esfuerzo y tanta ciencia:
lo seré por salir de las cenizas,
del rescoldo del fuego de la lírica
me quemaré los dedos con las brasas
y volveré a volar con una brisa
de primavera eterna y encendido
por amor que no pone condiciones
y así tendré que ser reconocido:
Como el que se atrevió con los fogones
de las rimas, los versos, sinalefas
la métrica mayor y alejandrina
y mezclando estos raros ingredientes
de la literatura hizo un cocido.

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