miércoles, 11 de diciembre de 2013

Por qué Ferrol.

Desde que me tuve que marchar de Ferrol, cada vez que expreso mi deseo de volver tengo que escuchar airadas críticas de gente que no entiende que quiera vivir donde me crié. Algunos de ellos hacen críticas más o menos fundamentadas y otros hablan por referencias acerca de algo que no conocen. Intentaré responderme a mí mismo.

Me dicen que Ferrol es una ciudad clasista, a lo que yo me pregunto cómo puede ser eso. La gente puede ser clasista, pero las ciudades difícilmente. En cualquier caso los poco menos de setenta mil habitantes que quedan ahora en la capital del Departamento Marítimo no pueden ser todos clasistas, porque eso supondría que entre todas las clases sociales se rechazarían, y si eso fuera cierto serían impermeables entre sí y la natalidad habría dado cuenta de esa falta de contacto. Si a lo que se refieren es a que los ferrolanos son contrarios a lo ajeno (xenófobos, se dice) diré que como en todas partes hay gente para todo, pero que no es un rasgo que distinga a la ciudad. Y si lo que me quieren decir es que hay ciertas familias que se sienten superiores a otras contestaré que no me cabe la menor duda, y como diría el zaragozano José Luis Pérez López (alias Carod Rovira) eso pasa aquí y en la China.

También me dicen que en Ferrol llueve todo el día, y podría contestar que sí, y que también parte de la noche; pero que como los ferrolanos no nos sentimos culpables por ese hecho tampoco dejamos que nos influya tanto, independientemente de que haya sitios en España que llueve más días y otros en los que cae más agua, dato que ya ni me molesto en mencionar.

Cuando me dicen que Ferrol está muerto... pues depende, porque como tengo la suerte de que he vivido en más de media docena de ciudades y conozco casi todas las capitales de España diré que, como con todo, las comparaciones son odiosas. Pero si queréis marcha podéis probar a salir un domingo por la tarde por Arturo Soria, en Madrid, y después me diréis que claro, que justo ahí no, pero que aquí sí y que allá algunas veces.

A los que me dicen que Ferrol es feo les diré que también, que vale y que para ellos la perra gorda. Entiendo que toda esa gente tan informada estará al tanto de que el conjunto de fortificaciones y el patrimonio industrial de la ilustración está en la lista de referencia de la UNESCO para convertirse en Patrimonio de la Humanidad. Entiendo que la boca de la Ría, las playas del Norte, Doniños, Esmelle, San Jorge, Chamorro y San Felipe les parecerá feo. Mejor para nosotros, que no somos amigos de las masificaciones.

Podría poner miles de excusas hablando a mis interlocutores de que en Ferrol la reconversión naval -y una serie de olvidos más que intencionados en favor de sacos de votos más rentables que el nuestro- han ido deprimiendo la comarca.

Podría decir que en educación, sanidad, comercio y en servicios Ferrol tiene una cobertura muy superior a ciudades que le superan en tamaño. Que tenemos hospitales públicos y privados, juzgados, colegios e institutos con muy buen nivel educativo, que casi todas las grandes firmas de moda tienen tiendas en el barrio de la Magdalena y que tenemos más grandes superficies de las que nos hacen falta, además de ser una cabecera comarcal a todos los efectos en todo lo que he dicho y en más cosas.

También podría decir que hay un campus universitario en el que se estudian carreras relativamente poco extendidas, lo que hace que haya una población universitaria bastante nutrida en la que no todos sus estudiantes son oriundos de la zona.

Podría aducir que el hecho de que muchos de nuestros habitantes sean marinos y hayan viajado a lo largo y ancho del mundo da a la población un carácter marcadamente cosmopolita y abierto del que pocas ciudades pueden presumir, lo que se une a la existencia de las escuelas de especialidades fundamentales de la Armada, que generan una población flotante con un cierto nivel adquisitivo.

Podría hablar del Modernismo o de la oferta cultural con el Jofre, el Auditorio, los museos, centros culturales y salas de exposiciones, o de la pintura, la música, las Pepitas o la Semana Santa.

Podría hablar de lo bien y barato que se come, de los vinos que se beben, del Puerto y sus barcos y trasatlánticos, de sus parques y jardines, de la Calle Real y la Plaza de Amboage, de Herrera o del Cantón.

Podría hablar de Torrente, Canalejas, Franco, Pablo Iglesias, Emiliano Aguirre y Concepción Arenal o de Paula Vázquez, Gómez Noya y Juan Pardo; podría mencionar el sinfín de ferrolanos que se han hecho conocidos y han participado de la Historia escrita con mayúsculas, en la literatura, en la pintura, e incluso en el famoseo.

A todo lo que dijera me podrían contestar que eso no la hace mejor, que está deprimida, que siempre hay manifestaciones, que los domingos cierra todo y que entre semana no hay quien salga. Me podrían decir que es una ciudad gris y sin luz, que no es participativa y que está siempre en obras y que sus casas se caen en pedazos. Podrían intentar convencerme de todas las cosas que ya sé y eso no cambiaría un ápice mi opinión.

Porque lo cierto es que yo me crié en Ferrol y allí dí mi primer beso y recibí mi primer puñetazo, saqué mis peores y mejores notas y me hice los rasguños de las rodillas en mi niñez. En Ferrol fui a los oficios del Jueves Santo y llevé el trono de la Virgen de Dolores. También allí conocí a mi mujer y aprendí a ser padre. Disfruté de miles de puestas de sol y me mojé mil veces más con su lluvia y algunas con mis lágrimas, como cuando enterré a algunos de mis serés más queridos con los que espero reunirme algún día en Catabois.

Y esas lágrimas, esas risas, esas heridas, además de mi familia, mis amigos y de todas las vivencias que me han hecho ser quien soy son lo que hacen que quiera volver. Y todo lo demás en el fondo sobra, porque realmente yo ni quiero ni he querido nunca convencer a nadie de que Ferrol es un sitio mejor que los demás. Lo único que he dicho que es mi sitio, nada más.

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