martes, 10 de diciembre de 2013

¿Pero vamos a cambiar o no?

¿No os pasa a veces que notáis que algo marcha mal y no sabéis qué es? ¿Y no os pasa que de repente os dais cuenta de lo que es y os asombráis de lo simple que era la solución? Pues el otro día pensaba yo que últimamente las ciudades funcionan como los equipos de fútbol, siendo los fichajes estrella las llamadas obras de regeneración urbana; vamos, que en cada mandato hay que hacer algo nuevo que venga a solucionar los problemas de la ciudad a modo de teatro, plaza, paseo o lo que sea.

Que nadie piense que niego la importancia de las obras públicas como parte fundamental de la gestión: Para nada, incluso creo que muchas veces consiguen con creces sus objetivos y cambian a mejor la fisionomía de las ciudades. El problema es que en esta época de populismos esas obras han sustituido al mantenimiento y la gestión de las ciudades, y yo no entiendo como no corremos a boinazos hasta Perpignan a esos sinvergüenzas que inauguran un monumento al extinto petirrojo coliamarillo entre calles que parecen salidas de la guerra de Yugoslavia.

Antes en las ciudades los jardines estaban más saneados, las calles sin baches, las calzadas asfaltadas... y no se tenía que rehacer cada año, ni siquiera cada mandato. Yo recuerdo la ciudad en que me crié prácticamente inalterada (bueno, hubo mejores y peores gestores) hasta que era bastante mayor. Con esto quiero decir que se hacían proyectos, pero solían tener un plazo más largo que un ejercicio o una legislatura.

Es posible que nos encontremos que en las próximas elecciones municipales llegue un candidato y no prometa crear suelo industrial, peatonalizar media ciudad, reformar dos plazas más tres jardines y hacer un puerto deportivo. Ése es en el que debemos confiar, en el que prometa arreglar lo que está roto y conservar lo que está bien, no en los sucesores de Keops que proponen realizar un Valle de los Reyes que justificará con creces el aeropuerto y el AVE del anterior mandato. 

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