lunes, 25 de noviembre de 2013

La igualdad

En la magistral "La Costilla de Adán" (George Cukor, 1949) dos no menos magistrales Katherine Hepburn y Spencer Tracy mantenían la para mí mejor dialéctica entre ambos sexos de la historia del cine. Ella se aprovecha de su condición femenina para ganar un juicio a base de convencer al jurado de la maldad intrínseca de los hombres y acaba reconociendo ante su marido que no se ha hecho justicia. Independientemente de que para mí sea una de las cumbres de la comedia cinematográfico no puede menos que sorprenderme lo poco que hemos evolucionado desde entonces. Hoy, sesentaicuatro años después, sigue habiendo una parte del sexo femenino que sigue pensando que los hombres les deben algo.

La ley del aborto, en cualquiera de sus avatares, parte de la premisa ideológica de que las mujeres tienen derecho a decidir, cuando nuestra Constitución especifica claramente que nunca el sexo puede ser motivo de discriminación. Ante este "problema" los socialistas acuñaron el concepto de que la discriminación positiva debía ser excluida del derecho y el resto de nuyestros representantes acogió la excepción sin dudarlo ni un momento.

Hoy en día vemos como los casos de la llamda violencia de genero se mantienen a pesar de las políticas decididas a erradicar las agresiones entre cónyuges, especialmente habida cuenta de que como norma general los varones suelen tener más fuerza que las mujeres, lo que nos convierte en presuntos culpables. El problema es que la dialéctica permanente, la lucha de sexos, no ha dejado nunca de estar presente, con la violencia contenida que encierra.

A mi modo de entender es mucho más lógico partir de una igualdad real y efectiva en la que como dice la ley correspondan a todos los ciudadanos los mismos derechos y obligaciones y dejar de asociar al hombre con la violencia y a la mujer con las víctimas. Un maltratador es un maltratador, independientemente de quién sea el sujeto pasivo de su maltrato. Un asesino es un asesino, también independientemente de que mata a un hombre o que mate a su mujer.

Seguimos escuchando, sin embargo, salidas de tono extemporáneas en las que se acusa a toda una vice-presidenta del gobierno o de una comunidad autónoma de cercenar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, lo que no deja de ser extraño en un país que ha tenido varias reinas, ministras, secretarias generales, empresarias, deportistas... y cualquier cosa menos una presidenta del gobierno de la nación.

Yo sé que es una guerra perdida, pero de mi generación no conozco muchos machistas y sí muchísimas feministas que reclaman derechos que o bien nadie les ha negado o bien supondrían una discriminación para los hombres. Tirando de boletines oficiales vemos que sólo existe discriminación en favor de las mujeres para entrar en determinados cuerpos del estado, y nunca en favor de los hombres y, sin embargo, seguimos pidiendo a diario una igualdad real.

Creo que ya ha llegado la hora de que todo el mundo se dé cuenta de que este tipo de comportamientos son los que menos favor le hacen a las mujeres. Las políticas educativas han de planearse a muy largo plazo, y no creo que sea un buen punto de partida colocar a ninguno de ambos sexos por encima del otro, porque encontraremos que recogeremos lo que hemos sembrado y que, en más de una ocasión, el detonante de la violencia dentro de la pareja es una actitud de superioridad permanente por parte de las mujeres, que se creen que tienen derechos por encima de los hombres.

Sé que estas palabras generaran incomodidad en alguno de mis lectores, pero no es mi intención justuificar ningún crimen, y mucho menos aquellos que partan desde el abuso (que para mí es la actitud más deplorabe que puede demostrar un ser humano), pero veo claro que la politización de la ley no ha servido para evitar que "el colectivo feminista" pida la censura de un libro escrito por una mujer italiana que se llama Cásate y sé sumisa. La censura, que es ese control del estado que se erradicó con la llegada de la democracia; eso es lo que se pide, y sin ningún tipo de comedimiento ni de mesura.

Los hombres y las mujeres no somos iguales. Mi mujer y yo colaboramos cada uno en tareas no prefijadas en un reparto más o menos equitativo dependiendo de nuestro cansancio, ocupaciones y habilidades; por supuesto que tenemos que tener los mismos derechos y las mismas responsabilidades, pero es que todas las relaciones humanas deben regirse por la cordura, el civismo y la ecuanimidad. Y no hay nada más que regular. Creo necesario un cambió de rumbo en este tema. Sí, también en este tema.

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