No quisiera olvidarme tu sonrisa
aunque el tiempo ha pasado inexorable.
Tu desaparición fue como un golpe,
de un negro toro el asta, fue incurable.
Una tarde de sol, tu aniversario;
el teléfono suena y los manteles
caen al suelo, e incrédulo, pregunto
y respondo que no, que es imposible:
"Ayer hablé con él ¿Qué va a estar muerto?"
Luego llanto, dolor y desconcierto.
En tu casa tus hijos no lo entienden
tu ya viuda sorprende por su fuerza,
tus hermanos reaccionan como siempre:
Cada uno a su manera y yo a la mía,
que es no dormir de noche casi nada
y llorar sin parar durante el día.
La espera fue terrible: Tu cadáver
debe ser levantado y el forense
el visto bueno dar; cuando lo hace,
tu madre, tu mujer y algún hermano
te acompañan a casa. Allí esperamos.
Un golpe seco es nuestra despedida.
Significa hasta pronto y tu partida,
pero yo no lo creo y cada día
el periódico leo con avideza
esperando que salga una noticia
que confirme el error, pues la certeza
de no volverte a ver en esta vida
se me hace insoportable y esa herida
parece que no hay cura que la calme.
Pero ha pasado el tiempo y nuestras cosas
nos van quitando tiempo y modelando.
Seguimos, a Dios gracias, soportando
nuestras obligaciones de partida:
Los hijos, el trabajo, un mal invierno,
una tarde de sol, las Navidades...
en fin, el sueño eterno que creemos
que nunca va a acabar, que es nuestra meta,
sin darnos cuenta ingenuos de que has sido
el que te has despertado de primero
y has visto la verdad, que es en lo eterno
esperar a los otros en lo cierto,
en la contemplación de lo perfecto
y en el conocimiento de las causas,
las cosas, los porqués y lo selecto
que guardaba el Señor para nosotros
como premio tras tanto sufrimiento.
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