martes, 15 de octubre de 2013

Tantos años ya.

Mi padre era normal, como todos los padres normales y como todas las personas normales. Huérfano desde el principio de la guerra civil vivió muy firmemente sus convicciones cristianas y fue evolucionando, al menos eso creo, en sus ideas políticas. Fue una persona austera, de esas que vestía siempre de traje. Tenía un armario lleno de trajes viejos, ya pasados de moda, que a veces utilizábamos sus hijos. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que cenó fuera de casa en mi niñez, e incluso recuerdo con ilusión cuando limpiaba con betún los ya gastados zapatos los domingos antes de ir a Misa. Sus hijos, que somos muchos, seguimos de forma masiva su vocación profesional y en general su gusto por la historia y por la naturaleza. Casi siempre que podía me llevaba (nos llevaba) de excursión. Así llegué a conocer y a querer mi tierra, que no era la suya, pero a la que quería tanto como yo. Leía con avidez y creo que nunca dejó de estudiar, aunque no puedo asegurarlo porque en esos años los hijos y los padres no hablábamos tanto como ahora. Rechazó elogios y prebendas en su vida y siempre dijo que sí cuando alguien solicitaba su ayuda para diferentes causas. A mí no se me olvida casi nada de lo que me dijo; no sé si fueron muchas enseñanzas, pero sí que más que suficientes. Entre éstas a mí se me ha quedado grabado a fuego que hay que cumplir con tu obligación, aunque no te guste y que hay que ser honrado aunque nadie lo sepa. También que hay que ser honesto aunque creas que tus acciones -u omisiones- no dañan a terceros. Me enseñó a respetar a los mayores y a hablar de usted a quien no conozco. Me llevó a la tumba de su padre, como algún día espero hacer yo. Hacía deporte hasta que el cáncer lo enganchó y se lo llevó a una edad que meses antes no reflejaba. Quiso mucho y dio mucho cariño, y dejó un hueco enorme cuando se fue. A mí no se me ha cerrado la herida, y supongo que como todo hijo sigo pensando muchas veces en lo mucho que me gustaría que viviera y que supiera qué fue de mí. Además muchas veces me pregunto si se sentirá orgulloso o avergonzado de mi devenir. En fin, supongo que a todos nos pasa lo mismo, por lo que no creo que deba abundar mucho en detalles. El caso es que sé que el perdió a su padre siendo niño, y que tuvo que huir a Francia, y que pasó penurias y que vivió una España desolada a la que quiso y a la que consagró su vida, y ahora, mucho tiempo después de que lo enterráramos en una extraña mañana de soles y chubascos, quiero rendirle un pequeño homenaje para que sepa que no le hemos dejado de querer ni de echar de menos. Nada más, sólo era eso.

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