jueves, 17 de octubre de 2013

Los de aquí

Tal vez sea la lluvia, que tan a menudo riega todo de melancolía. Somos así: Otoñales, presagio de un final, del fin de las promesas de verdor y calidez. Tal vez el invierno nos muestra como somos, expatriados de otras latitudes para mayor gloria de la corona, oriundos de un lugar cálido más al Sur. Tal vez vivir en la cornisa nos hace temer caer al vacío, y por eso nuestras gaitas no invitan a la guerra como las del Norte y sí a la melancolía. Tal vez el sonido de los martillos contra el acero, el calor del fuego, la estridencia de las sierras... nos han hecho comprender lo difícil que es cambiar la naturaleza de las cosas, su materia. Demasiadas veces nos quejamos de todo sin querer abrir un paraguas verde y que sea nuestra bandera de esperanza, sin querer calzarnos unas botas rojas de siete leguas cual bailarinas y bailar encima de la lluvia, o en la lluvia, o con la lluvia. También somos así, hechos de lágrimas por lo que fue, y nos emocionamos recordando esos monos blancos manchados de petroleo y nos indignamos viendo esos trajes grises en su titánica lucha contra esas llamas que queman nuestra tierra, y sentimos pena y hastío ante la enésima marea de monos azules pidiendo que nos dejen hacer lo que sabemos, y sólo nos curamos realmente dejando reposar nuestra mirada hacia poniente en las frías tardes de invierno, en esas raras ocasiones en las que el sol nos viene a visitar... corazones de otoño, de lareira y confidencias, de caldo y vino áspero. De vez en cuando alguien rasguea una guitarra, quizá sin mucho arte, pero con mucho sentimiento, con mucha emoción contenida. Con los besos de la abuela y el adiós a los que se tuvieron que partir en busca de fortuna, con el último contacto de los que ya no volverán... Pero no sólo somos el Prestige y los incendios y el accidente de tren, somos mucho más que todo eso; una mezcla de sangres y de aceros que pisamos la sagrada tierra que se rebeló contra el yugo opresor y que supo luchar en el bando que le tocase, con sus glorias y derrotas, con sus héroes y villanos. Un día despertaremos con el estomago caliente por unas hierbas y el verde de nuestra tierra en el corazón, la dureza de nuestras rocas y la sabia longevidad de nuestros montes, con la bravura de nuestro mar y el tesón de nuestra lluvia. Ese día nadie temblará, porque no damos miedo ni lo hemos dado nunca, pero resurgirá entonces con fuerza el Camino, ese que han hollado tantas esperanzas durante tantos siglos, y seremos de nuevo un haz de luz que ilumine el mundo.

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