domingo, 13 de octubre de 2013

El teatro Jofre

Podría ponerme a escribir sobre la arquitectura modernista en Ferrol de Rodolfo Ucha, sobre su construcción bajo el mecenazgo de Jofre Maristany a finales del Siglo XIX, sobre la actual fachada de 1921 o sobre la restauración finalizada en los albores del siglo XXI... pero no tengo intención de resumir más de cien años de historia, porque es posible que en internet se hable de su interior italiano, de su portada modernista, de su acústica, del autor del edificio, del de su fachada, del de su restauración o del de su benefactor. Eso sería un botón más del localismo habitual que rezuman mis letras, y hoy no estoy por la labor. El caso es que en el Jofre empezaron mis sueños, como en tantos teatros del mundo empezaron los de tanta gente. Mi primera visita sigue grabada en mi memoria pese a mi corta edad. Sin novedad en el Alcázar, nada menos. Recuerdo hasta la melodía del final y que era una soleada mañana de domingo. Corrían los años setenta y Ferrol se debatía en otra crisis del naval. Así nos criamos. Lo siguiente que recuerdo es ir a ver Superman con unos primos: Cerré la boca tres años después. Desde entonces hasta hoy ciclos de cine, teatro, alguna Opera... y su cierre temporal para renacer después dorado de pretensiones y anhelo de futuras noches de estreno. Hace muchísimo que no voy, porque ya no vivo en la vieja ciudad departamental, pero me cuentan que en las noches de estreno se siguen vistiendo las mujeres con sus mejores galas y los hombres con trajes oscuros. Es curioso que pase eso, porque a mí me parece el estandarte de la resistencia de un mundo que se ha muerto o se ha dormido. Cuando vemos fotos antiguas vemos a la gente humilde vestida de traje, tratando de mostrarse de la forma más elegante dentro de sus posibilidades. Hoy vemos a los ricos vestidos de fantoche, con tatuajes y pendientes y colores y texturas llamativas. Yo no añoro nada, no soy todavía tan viejo como para ponerme manriqueño, pero tengo el firme propósito de intentarlo. La próxima vez que mi estancia en Ferrol coincida con una ópera o una zarzuela me vestiré con mi mejor traje oscuro y mis zapatos menos gastados, me pondré mi mejor abrigo y asistiré otra vez asombrado por los dorados y la sorprendente acústica a los últimos estertores de un mundo que fue y que tal vez ya no vuelva, aun a sabiendas de que en ese momento varios millones de personas, ajenos a crisis, independentismos o resurgimientos de radicalismos pretéritos, disfrutarán de las hazañas entrepierniles de alguna supuesta y catódica famosa. Os invito a acompañarme si os parece. No es una mala bandera que enarbolar.

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