viernes, 20 de septiembre de 2013

Mi pueblo

Cuando titulo a estas letras Mi pueblo no me estoy refiriendo a ninguno en concreto. Podría hablaros de esas fiestas que me gustan de Ferrol, como San Julián con su arroz con leche, las Pepitas y sus rondallas o la archi-mentada en este blog Semana Santa. Os podría decir lo orgulloso que me siento cada vez que atraca un crucero en el muelle de Curuxeiras, de lo entrañables que resultan para mí las fiestas de la Parrocheira y sus embarcaciones tradicionales o de la popular sardiñada de San Juan en Esteiro. También podría otra vez mencionar la indignación que siento cuando veo desidia o populismo en alguna actuación política, o directamente incompetencia o mala fe. Pero hoy no toca hablar de Ferrol; hoy quiero hablar de lo que cada uno de nosotros consideramos "nuestro pueblo". Cuando viajamos lejos de casa solemos sentirnos como papanatas ante las tipologías arquitectónicas que nos encontramos. Nos parecen maravillosos los pueblos blancos de Andalucía, el barroco canario, el neo-gótico centro-europeo o unas pallozas del Caurel. Nos rendimos extasiados ante una pirámide maya o unas chozas polinesias: Todo nos parece mejor que lo nuestro... bien, eso quiere decir que no estamos en nuestro pueblo. En esos casos no solemos darnos cuenta de que a los habitantes de esos pueblos les pasa exactamente lo mismo que a nosotros cuando vienen al nuestro (bueno, eso en caso de que el nuestro no parezca arrasado por un huracán o bombardeado por un enemigo artillado). Lo que ofrecemos a nuestros visitantes ha de ser lo nuestro, y eso es lo que mucha gente no parece entender. Yo puedo maravillarme (lo hago, creedme) ante una puesta de sol sobre un inmenso campo de trigo recién segado. Cuando viajo en verano por España me gustaría ser pintor y poder mostrar el color que da el sol a las pacas en Castilla. Me llenan de paz las dehesas de Extremadura cuando se quedan quietas con los últimos calores del otoño; me imponen las inmensas moles de los Picos de Europa, los Pirineos o Guadarrama, y el Veleta cuando está nevado me parece la imagen del Olimpo... pero no es mi pueblo. Mi pueblo es en el que quiero estar, en el que están mis vivencias, mi gente y mi pasado y donde quiero que esté mi futuro. Mi pueblo es el que me duele y el que me hace feliz, es aquel en cuyas calles me siento en casa y donde no necesito irme constantemente de vacaciones. Yo quiero que mi pueblo mejore, y no entiendo a la gente que no siente lo mismo, o que pone una idea por delante del bien común, por eso os animo a querer a vuestro pueblo, aunque tenga pintadas y casas en ruinas, aunque no haya aparcamiento y recojan la basura poco a menudo, aunque los jardines estén descuidados y vuestros vecinos dejen rastros perrunos, porque nadie lucha por aquello que no quiere. Leed vuestro pueblo, pasead vuesro pueblo, comed vuestro pueblo y conoced su historia, con sus luces y sus sombras. Yo pienso hacerlo con el mío, y con suerte un día mejorarán aquellas cosas que estén mal y sonreiré orgulloso al observarlo.

Me voy a ir unos días, os dejo programada una poesía que habla del otoño y que aparecerá en el blog exactamente a su inicio, a las 2230 del 22 de Septiembre. Espero que os guste y hasta pronto.

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