martes, 9 de abril de 2013

El puerto.

Los últimos pasos han sido corriendo. Las plomizas nubes que nos han acompañado durante todo el paseo por fin se han decidido a descargar. No importa; tras una sudorosa tarde en la que casi hemos llagado a La Cabana tampoco nos viene mal descansar un rato. Yo pido un ribeiro, ella una Estrella. Una ración de pulpo á feira para recuperar energía. Lo traen casi todo a la vez: Una gran copa de cerveza de barril, una fina de vino blanco y un plato de madera con patatas cocidas sobre las que descansan los trozos de pulpo troceado con los pimentones, la sal y el aceite de oliva. Al instante una cesta con unos trozos de pan de bolla, con la corteza crujiente y la miga dura. No hablamos, ella mira por la ventana, "ya ha dejado de llover"... mientras acabamos el tentempié pienso en cómo nos definen las cosas. El pulpo de la ría; el pan de Neda, seguramente hecho con trigo castellano; el vino de ribeiro, de tierra adentro también; la cerveza de Coruña; el pimentón extremeño, seguro que de La Vera; la sal, quien sabe de qué lejanas tierras del Sur o de Levante. Mastico un trozo de pulpo y después mojo pan en el aceite, bebo un sorbo de vino. Trato de retener todos los sabores juntos, porque pronto nos iremos y ya nada será igual. Mi cabeza se esfuerza por reconocer los matices que hacen que cada vez que volvemos necesito un paseo, una copa o comer algo para sentirme de nuevo en casa. Pago y salimos hacia la Cortina. Ella me da la mano, silenciosa, mientras mira hacia el mar el jugueteo de las gaviotas. El sol se cuela entre las nubes, y los montes de Brión empiezan a darnos sombra, a imponernos su presencia, como si quisieran recordarnos que tenemos que irnos a casa. "¿subimos al Baluarte?". Mientras dejamos el viejo barrio a la derecha nos vamos haciendo conscientes de que la siguiente vez, como las anteriores, todo habrá cambiado. No importa si cambiará a mejor o a peor, como tampoco importaría que empezase a llover de nuevo en ese momento. Otra vez lo mismo: Mis oídos han dejado de funcionar, la visión y el olor me impregnan, tan solo siento su mano posada en mis hombros mientras me apoyo en el pretil, recordándome que está ahí, que no me va a dejar, y que da igual lo que haya pasado hasta ese momento. Contengo las lágrimas, me relajo, escucho un coche frenar... ¿cuánto tiempo habrá pasado?

- Venga, vámonos... volvamos a casa.

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