domingo, 16 de marzo de 2014

Purgatorio

Ese fue el momento en que me di cuenta de que no iba a volver, pero realmente no sentí nada especial. Ni el miedo ni la angustia ni ningún otro sentimiento parecido hicieron acto de presencia. Ni siquiera tristeza o ansiedad... si acaso curiosidad; nada más.

Atravesé la última puerta y no vi nada, pero la voz ya me lo había advertido: "Eso tendrás que ganártelo, muchacho". Y eso me proponía desde ese momento. Atrás quedaba el anciano crucificado viendo su propio velatorio, y mi impotencia sabiendo que jamás nadie creería en la certeza de aquello, aunque ahora ya nada de eso tenía importancia; ahora ya no importaba toda esa clarividencia que yo suponía tener.

- ¿Debo ir así, desnudo y desarmado?

La voz no volvió a escucharse, pero la respuesta llegó sola a mi cabeza, y desde ese momento me di cuenta de que ya nadie me acompañaría hasta que llegara al final del camino, y que no obtendría ninguna respuesta si no me hacía la pregunta adecuada.

Mi cabeza, mi mente, mi corazón, mi alma... ¿Qué era lo que me impulsaba a tratar de terminarlo todo? ¿Qué me movía a no dejar ninguna obra inacabada? ¿Qué era ese bosque? ¿Y esas hojas en blanco? ¿Por qué estaban todos ellos ahí?

Y ante esas preguntas las respuestas aparecían en mi cabeza como si siempre hubieran estado allí: Es el bosque que ibas a plantar, son las hojas del libro que ibas a escribir, son todos con los que tienes cuentas pendientes.

Y trabajo tras trabajo, jornada tras jornada, gota tras gota de sudor... fui avanzando por ese mundo vacío en el que ninguna felicidad era posible. Y aprendí que no hay sensación más angustiosa que sentir un permanente vacío de sentimientos positivos: Porque al principio creía que a medida que fuera resolviendo lo irresoluto me sentiría mejor y más pleno, pero nada de lo que hacía me daba en absoluto alegría o satisfacción, antes bien me llenaba de más tristeza al darme cuenta de todo lo que debía haber hecho y estaba aun por hacer.

Y cada vez más lágrimas brotaban de mis ojos y cada vez me sentía más y más arrepentido, y cuanto más trataba de arreglar los males que había causado más sentía en mí el dolor de todos aquellos a los que había hecho daño, la tristeza de todos aquellos a los que había entristecido, la falta de efectos de todo lo que no había hecho... y entonces llegó lo peor, y sentí unido todo aquel mal hasta causarme un dolor insufrible, pero merecido...

En el momento en que sentí en mí la esencia misma del daño dejó de hacer falta acabar las tareas pendientes; la voz me invitó a alzar la mirada.

Frente a mí estaba la Puerta.

2 comentarios:

  1. Que bonito escribes (sea cual sea el tema), seguiré recorriendo todos los rincones, pero despacio, para empaparme bien, igualico que si fuera gallega,jajajajajaja, un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Me alegro de que te guste.

    ResponderEliminar