Quizá lo peor de nuestra sociedad es la falta de una ética que sustente al sistema del que nos hemos dotado para convivir. Los valores tradicionales como la honradez, la honestidad, el esfuerzo o la decencia han sido sustituidos por la ambición y la vanidad, y por nada más.
Constantemente vemos como la gente en general dice que busca "triunfar", cuando en realidad sólo busca notoriedad. El aluvión de series norte-americanas ha ido impregnándonos de ese mensaje tan protestante y anglo-sajón de que lo que importa es la fama, también conocida en su variante doméstica como "popularidad", vamos, ser un notas.
Analizando cada una de estas palabras nos encontramos con un peligro al que se enfrentan nuestros hijos constantemente: Crearse unas expectativas que en un tanto por ciento altísimo de los casos no verán colmadas. Educarlos en llevar una vida sana y activa es sustituido por empujarlos a ser bellos y atractivos; enseñarles a convivir se ha transmutado en acumular followers o me gusta en la red social en la que pasen más horas; enseñarles a ir bien vestidos y aseados los empuja (y nos empuja a nosotros) a demostrar que estamos a la última y cambiamos nuestro vestuario -y el de ellos- porque algo se lleve o no se lleve. Y hasta aquí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp.
Y lo verdaderamente triste de todo esto es que lo sabemos y no lo evitamos, segándoles así a nuestros descendientes la posibilidad de valorar lo que realmente importa, es decir: Tener valores; nos hemos olvidado de que un exceso de preocupación por nuestra imagen lleva a la vanidad, de que un exceso de deseo de triunfo lleva a una ambición desmedida y que ésta suele implicar egoísmo y soberbia, nos hemos olvidado de que hay cosas mucho más importante que las apariencias y las posesiones. Es triste, pero el ser ha sido sustituido por el parecer y por el tener.
Y los cambios de rumbo que nos proponen son todos igual de hueros, de insulsos, de estúpidos al fin y al cabo. Yo de pequeño soñaba con ser militar o piloto, mis amigos con ser médicos o abogados e incluso uno de mis hermanos decía que iba a ser torero. Los que querían ser futbolistas, que también los había, era por que les gustaba el fútbol, ya que en esa época los futbolistas eran estrellas del deporte, no mediáticas; y por supuesto no eran archi-millonarios, como lo son ahora.
Entiendo que no todos tenemos los mismos fundamentos morales ni la misma base doctrinal, pero yo me sentiría orgulloso de ser el padre de alguien honrado, trabajador, honesto con sus ideas y generoso. Si su situación económica es desahogada pues mejor, pero nunca lo antepondría a que se acueste por las noches con la conciencia tranquila sabiéndose merecedor de lo que tiene como fruto de su esfuerzo.
Constantemente vemos como la gente en general dice que busca "triunfar", cuando en realidad sólo busca notoriedad. El aluvión de series norte-americanas ha ido impregnándonos de ese mensaje tan protestante y anglo-sajón de que lo que importa es la fama, también conocida en su variante doméstica como "popularidad", vamos, ser un notas.
Analizando cada una de estas palabras nos encontramos con un peligro al que se enfrentan nuestros hijos constantemente: Crearse unas expectativas que en un tanto por ciento altísimo de los casos no verán colmadas. Educarlos en llevar una vida sana y activa es sustituido por empujarlos a ser bellos y atractivos; enseñarles a convivir se ha transmutado en acumular followers o me gusta en la red social en la que pasen más horas; enseñarles a ir bien vestidos y aseados los empuja (y nos empuja a nosotros) a demostrar que estamos a la última y cambiamos nuestro vestuario -y el de ellos- porque algo se lleve o no se lleve. Y hasta aquí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp.
Y lo verdaderamente triste de todo esto es que lo sabemos y no lo evitamos, segándoles así a nuestros descendientes la posibilidad de valorar lo que realmente importa, es decir: Tener valores; nos hemos olvidado de que un exceso de preocupación por nuestra imagen lleva a la vanidad, de que un exceso de deseo de triunfo lleva a una ambición desmedida y que ésta suele implicar egoísmo y soberbia, nos hemos olvidado de que hay cosas mucho más importante que las apariencias y las posesiones. Es triste, pero el ser ha sido sustituido por el parecer y por el tener.
Y los cambios de rumbo que nos proponen son todos igual de hueros, de insulsos, de estúpidos al fin y al cabo. Yo de pequeño soñaba con ser militar o piloto, mis amigos con ser médicos o abogados e incluso uno de mis hermanos decía que iba a ser torero. Los que querían ser futbolistas, que también los había, era por que les gustaba el fútbol, ya que en esa época los futbolistas eran estrellas del deporte, no mediáticas; y por supuesto no eran archi-millonarios, como lo son ahora.
Entiendo que no todos tenemos los mismos fundamentos morales ni la misma base doctrinal, pero yo me sentiría orgulloso de ser el padre de alguien honrado, trabajador, honesto con sus ideas y generoso. Si su situación económica es desahogada pues mejor, pero nunca lo antepondría a que se acueste por las noches con la conciencia tranquila sabiéndose merecedor de lo que tiene como fruto de su esfuerzo.
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