miércoles, 20 de noviembre de 2013

Pintas

Creo haber mencionado en alguna ocasión que los cambios de la sociedad están en gran parte motivados por una serie de modas, y no sólo estéticas, difundidas por distintos vectores de transmisión. A fecha de hoy considero que la mayoría de las modas son provocadas por la televisión. Cuando mis padres eran jóvenes la prensa gráfica y el cine desempeñaban este papel transmisor, y más allá los acontecimientos notables. Quiero decir con esto que los medios de comunicación audiovisual son algo relativamente reciente, y que ni siquiera la pintura tuvo nunca ese papel, puesto que la museístca es algo que en la Historia tiene como unos diez minutos.

Me puedo imaginar perfectamente a las jovenzuelas pudientes en la Misa dominical en el Siglo XVI envidiando a la hija de la duquesa y tratando de imitar sus modos en su vestuario. También me imagino a nuestras madres y abuelas con el Blanco y Negro o saliendo de ver Casablanca admitiendo lo guapísima que estab Ingrid Bergman y a mi suegro o mi tío tratando de imitar los sombreros de Frank Sinatra o los trajes de Cary Grant (¡Ah, los años dorados de Hollywood, qué maravilla de estilismos!). En todas las fotos de entonces veías que la gente no vestía de cualquier forma, ya que sus modelos a imitar eran las clases pudientes y trataban de paerecerse a ellos lo más posible con los pocos medios y la poca información que tenían.

Actualmente la televisión, Internet y el cine son cosas mucho más accesibles, más democráticas. Si no existieran todos los treintañeros vestirían como Rafael Medina o el Príncipe de Asturias; las mujeres como la princesa y las infantas o, si acaso, como Penélope Cruz o Charlize Theron se mostraran en pantalla.

Ya sabemos que no es así, claro; los programas basura de diverso tipo, las series españolas y extranjeras o las decenas de películas que vemos son las que van guiando a nuestros jóvenes que ya no pretenden imitar a Marisol, Rocío Dúrcal o Conchita Velasco y al glamour hispano que destilaban. El cine español está trufado por los torrentes y por los otros lados de la cama. La televisión por los sálvames, norias y grandes hermanos. Internet eleva a los altares de la comunicación y de la transmisión de la misma a palurdos sin pulir recién salidos de cualquier polígono.

A mí no me parece ni mal ni bien. Considero que los musculados llenos de tatuajes son algo repelente, que las jovencitas que no subirían a un avión en Barajas sin sacarse kilo y medio de chatarra son zafias y groseras, que Sergio Ramos se presenta como un mamarracho con mucho más dinero del que sabe gastarse y que Beckam tuvo, para nuestra desgracia, la suerte de ser el más guapo y casarse con la más pija de los muy horteras ciudadanos de la Pérfida Albión, pero es una opinión personal acerca de la estética, y por lo tanto es subjetiva y absolutamente discutible.

Pero qué queréis que os diga, cuando veo las fotos de mi padre, de mis tíos, de mis abuelos, sonrientes con sus trajes impecables, y a ellas con esas elegantes faldas de tubo y con sus tocados saliendo de los oficios, o de mantilla el Viernes Santo: ¡Me gustaría tanto que se volviera a llevar sombrero!

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