sábado, 23 de noviembre de 2013

El castillo

Estos días lluviosos y húmedos siempre me acuerdo de una excursión hecha hace más de dos décadas con mi padre a lo que nosotros llamábamos la Torre de Andrade y que aparece nominada indistintamente como "torre" o "castillo" según dónde lo leas. En realidad es una fortaleza defensiva que cuenta con una torre bastante notoria dado lo reducido de su perímetro. Actualmente es una atalaya que puede visitarse si encuentras el horario y el sitio, porque no está especialmente bien indicado. El sitio merece la pena y, además de gozar de un espectacular dominio sobre todas las tierras que lo rodean está tan cerca de las Fragas del Eume que puedes encontrarte casi cualquier bicho dependiendo de a qué hora decidas visitarlo.

Pero yo hace muchos años que no paso por allí y no puedo contaros si se puede aparcar, si hay algún local para tomar algo o si hay un área recreativa para que se desfoguen vuestros hijos o nietos, porque no tengo la menor idea. Lo que sí podría relataros con todo lujo de detalles es como mis botas de agua entre una crecida hierba llena de gotas de orballo ahuyentaba decenas de pequeñas ranitas que mis hermanos y yo nos entreteníamos en atrapar, sin saber muy bien qué hacer después con ellas. Recuerdo vagamente aquellos años: La ciudad era un hervidero de drogadictos y de huelgas y la generación del baby-boom bebíamos por las calles sin saber que participábamos del nacimiento de la cultura del botellón. Caranza era territorio comanche, así como las casas baratas, las sindicales o los aledaños de las estaciones. los marcial, los de la churrería y gitanos de Los Corrales, Freixeiro y Catabois paseaban en cochazos y nunca pasaba nada aparte de que los jóvenes estábamos muertos de miedo todo el día. Qué hermosos fueron los ochenta, con sus cientos de atentados de ETA, los atracos y secuestros del GRAPO, la nunca explicada época de los yonkies y los pelotazos de los socialistas con carné.

Mi padre, al que tanto debo, nos metía en el coche como a los payasos del circo y nos iba enseñando la mágica comarca en la que nos tocó crecer y a él le toco morir. Y añoro esos años incluso con sus jeringuillas, con su SIDA, con sus telediarios gore y las portadas pornográficas en los kioskos, pero sólo la añoro porque íbamos a Chamorro y subíamos hasta que mi padre nos mandaba volver, porque corríamos libres por los prados del pinar de Doniños y porque una tarde lluviosa de fin de semana caminé con mis botas de agua por un prado y decenas de ranitas saltaban a mi paso.

2 comentarios:

  1. Sin duda tuviste un padre estupendo. Lo de los comentarios... a mí me pasa igual en mi blog. Comenta poca gente, pero es que es latoso. Ya ves que yo tampoco comento mucho. Un saludo Brandoni.

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    1. Bueno, entiendo que la gente no tiene tiempo para aportar en todos los sitios en los que participa. A mí ya bastante me parece que entren y me lean.

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