viernes, 11 de octubre de 2013

Los Ancares

Hace muchos años que fui por primera vez a los Ancares, que vienen siendo la esquina entre Asturias, Leon y Lugo. En esta más que agreste zona confluyen el clima gallego, el de la meseta y el atlántico de montaña. Bueno, hay más tipos de climas que romerías, pero el caso es que depende desde donde los afrontes te encuentras con unas condiciones distintas que hacen que sus costumbres (y sus tipologías urbanas) sean igualmente distintas. Está esta zona muy poco poblada: Entre Lugo y Villafranca del Bierzo no hay practicamente ninguna población grande, pero toda la zona encierra riquezas difíciles de imaginar para los extraños. Empecemos por el Cebreiro, que es la frontera entre Galicia y el mundo, le pese a quien le pese. Cuando llegas a Piedrafita desde Leon te encuentras con las pallozas, que son lo más parecido que hay en el mundo a una aldea celta, entre otras cosas porque las pallozas son herederas directas de las viviendas de las galos. En el Cebreiro, más allá de recibir peregrinos camino de Santiago -cosa que hacen mucho y bien- elaboran uno de los quesos más originales que he tenido ocasión de probar, y no se limitan a eso tampoco; como en toda la Vega del Valcárcel la agricultura tradicional y la elaboración de sus productos ha dado lugar a una gastronomía sorprendente en su calidad: Cerezas, castañas, higos, vino, queso, cecinas, botillos, embutidos, confituras... todo al servicio de los paladares más exigentes en esta confluencia de gallegos y leoneses... que no tienen tan claro lo que son. Entre todos los habitantes de la zona el más raro de ver es el oso, aunque le pasa como a las meigas, aun hoy a ambos lados de las vías se ven las colmenas protegidas ante las incursiones de tan esquivo plantígrado. No hace tanto alguien mató a uno en Cervantes en un recodo del camino; puedo imaginar el susto que se dio el pobre cazador cuando se encontró ese negro hocico aventándolo. Este verano se quemaron parte de los Ancares, tal vez producto de la lucha que sostienen los habitantes de la zona en contra de la instalación de minas, de la creación de un parque natural que creen que les va a quitar aun más empleo o de la misma lucha del hombre con el medio. ¿Quién sabe porque se quema el monte? Lo que sí sé es que una noche hace muchos años escuche el viento los aullidos del lobo y me enamoré para siempre de aquellas tierras, de sus árboles centenarios, de su olor a musgo y de su misterio, que aguarda ahora al Norte de la autopista, casi ajeno al devenir del mundo salvo por el lejano ruido de los coches.

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