domingo, 8 de septiembre de 2013

Siete días en Galicia. Día dos.

Cuando llegamos a la cafetería del hotel se nos acercó una joven sonriente de voz cantarina anunciándonos que ella sería nuestra guía en La Coruña. Bastante más charlatana que el guía del día anterior empezó a explicarnos que la ciudad que íbamos a conocer era la más rica de Galicia, la más animada y la más bulliciosa. Nos habló de que había quien la llamaba la ciudad de cristal por las galerías de su marina, nos habló de los pesqueros, del mar, de la torre de Hércules, de María Pita. De pronto se ruborizó y a modo de excusa declaró yo soy de allí ¿Saben?

La mañana, aunque fresca, era muy soleada. Nuestro autobús embocó la autopista y una sucesión de prados de color claro y bosques de color oscuro nos trasladó de nuevo al verde. En menos de una hora la autopista desembocó en una gran avenida que desembocó a su vez en una zona portuaria: A la derecha grandes naves, a la izquierda casas de porte señorial. El autobús paró en unos jardines: Los cantones, anunció orgullosa. Su amena y locuaz explicación fue desentrañando los secretos de esa zona: El certamen de cómics, la feria de las comunidades, la del libro, la de artesanía. Nos salió al paso un grupo de personas más europeas que ibéricas, es que hay un trasatlántico ¿Saben? Al final de los jardines empezó a señalarnos las cristaleras, los pesqueros, el pequeño castillo de San Antón. Si vinieran más tiempo se lo enseñaba, pero es que hay muchas cosas que ver. Cruzamos a una bulliciosa calle. Esto es el Obelisco, anunció ante un reloj sobre una columna, aquí lo mejor es callejear y si quieren nos vemos en una hora en María Pita... es la plaza que hay al final. Vagamos por esas calles bulliciosas de tiendas y cafeterías y llegamos a una gran plaza porticada, apenas habían pasado veinte minutos. Dudamos si sentarnos en una de las numerosas terrazas, pero decidimos perdernos por el laberinto de calles que habíamos dejado atrás. Marisquerías, mesones, restaurantes, vinotecas... así como la arteria principal era de tiendas las laterales parecían estar dedicadas casi en exclusiva al hedonismo. Al final tuvimos que apresurarnos para llegar puntuales a la plaza. Allí, pizpireta, nos esperaba nuestra cicerone, que nos explicó que el edificio que teníamos delante era el ayuntamiento, que María Pita había sido la heroína local contra los ingleses, que  en esa plaza en Agosto siempre había espectáculos nocturnos.

Nos dirijamos al cabo al extremo opuesto de la plaza y entramos en la ciudad vieja. Sus calles medievales empezaron a mostrarnos sus tesoros: la iglesia de Santiago, la Colegiata, las Bárbaras, Dominicos, la Plaza de Azcárraga, y acabamos en los jardines de San Carlos. En esa arca se conservan los restos de John Moore, este era un inglés que luchó contra los franceses. ¡Qué nobles coruñeses que erigen un monumento a la heroína que luchó contra los ingleses y al inglés que lo hizo contra los franceses! Desde los jardines se nos ofreció una magnífica vista del puerto, del castillo, de un inmenso crucero y de parte de la ciudad. Hemos contratado un sitio para comer, si quieren vamos yendo. Es un sitio de pescado. Y otra vez esos vinos blancos, y centollas, y cigalas grandes como un brazo, y percebes llenos de sabor a mar. Y después rodaballo. No creo que pudiera mantener mi figura mucho tiempo si viviera en Galicia. Continuamos la visita y nuestra ya amiga, tras un licor café, nos mostró la Maestranza, ahora es el rectorado, y la visión del mar empezó a invadirnos. Si les parece cogemos el tranvía y vamos a ver la Torre de Hércules.  El trayecto, pese a ser breve, le sirvió para explicarnos que la Torre había sido declarada Patrimonio de la Humanidad, que era el único faro romano en funcionamiento del mundo, que al lado estaba el aquarium, que estaba rodeado de pequeñas playas... la Torre y su mar se quedaron grabadas en nuestras retinas desde el primer instante. Aquello que ven es Ferrol, y aquel islote la Marola, aquello es Santa Cruz, tiene un castillito en un islote... siguió revelándonos los secretos de su ciudad, orgullosa como si ella misma lo hubiera construido. Continuamos el paseo a pie, esa playa que ven es el Orzán, y la anterior es el Matadero, eso es la Domus, allí enfrente está el monte de San Pedro, hay unos cañones y un parque, es precioso. Aquí hay muchos museos, está el de Ciencia, la Domus, el del Castillo de San Antón, el Provincial, la Casa de las Ciencias... siguió y siguió hablando mientras andábamos por un gran paseo marítimo, contemplando las olas y a los bañistas divertirse en ellas. El problema es que en un día no les da tiempo a ver nada ¿Quieren ver algo en concreto? Todos negamos, su hipnótica charla acompasada a nuestro paso nos iba guiando por su ciudad, piedra tras piedra, y nos iba mostrando el mar y el verde, la piedra y el cristal, lo antiguo y lo moderno, hasta que plaza tras plaza (esta es la plaza de Pontevedra, esta es la plaza de Lugo, esta es la plaza de Orense) regresamos a nuestro punto inicial. Lo que siento es que no han podido ver nada. La tranquilizamos explicándole que ya sabíamos como eran las visitas turísticas, que no se preocupase. En el autobús siguió charlando y contándonos más cosas de su querida ciudad. Creo que la mitad las he olvidado ya, pero no puedo más que agradecerle la pasión que puso en mostrarnos su pequeño mundo, del que tan orgullosa se sentía.

Al aparcar el autobús en el hotel allí estaba nuestro guía del día anterior: Mañana pónganse un calzado cómodo. Vamos a andar.

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