lunes, 6 de mayo de 2013

El teléfono

Sé que lo que voy a escribir va a parecer mal a mucha gente, pero lo siento en lo más profundo de mi ser: El teléfono ha machacado un montón de normas básicas de educación. Cuando yo era pequeño mis padres no me dejaban levantarme de la mesa hasta que todos acabáramos de comer, cuando alguien te hablaba atendías sus palabras, y el teléfono se usaba sólo para cosas importantes. Además había una serie de horarios de restricción, que si bien no eran inmutables y dependían de cada casa, implicaban respetar los horarios de los demás. Ahora todo da igual, incluídas en las reuniones de trabajo. No importa que sea antes de las diez, la hora de comer, la siesta o las once de la noche; el tintineo, campanillar, o directamente músicas estridentes y más o menos simpáticas interrumpen cualquier frase, comida, conversación, reunión, compraventa... a modo de llamada, what´s up o mensaje de texto. La obligación de saludar ha sido sustituída por el hecho de que la gente te arrolla (literalmente) porque está leyendo el último e importantísimo mensaje que ha recibido; en las reuniones sociales los de la tarifa plana la amortizan enseñándole a sus más inmediatos contertulios el último chiste, e incluso el transistor ha sido sustituído como heraldo deportivo ante los cada vez más habituales acontecimientos del siglo. Pues es lo que hay, incluso las empresas de telefonía se unen y llaman entre las tres y la cuatro de la tarde para ofrecerte suculentas y normalmente inútiles ofertas si traicionas a tu actual compañía en favor de la suya. Y encima ahora es gratis, o al menos eso dice la gente, porque yo no entiendo que un servicio que pagas sea gratis, y te pueden llamar cada diez minutos, en cualquier situación, actividad amatoria, reunión social o condumios diversos. Y yo sigo recordando los coscorrones que me lleve de pequeño y me pregunto para qué, si una maquinita de apenas diez centímetros ha conseguido solapar costumbres arraigadas de generación en generación.

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