viernes, 5 de abril de 2013

Corruptos

Tengo un compañero que se enfada cada vez que se imputa a alguien por corrupción; a mí me pasa lo contrario, que me alegro. En un país en el que la justicia pretenda ser algo independiente, en el que los poderes estén separados, el hecho de que se encause a autoridades del Estado ha de ser fuente de tranquilidad y confianza. El problema es que, debido a la difusa frontera entre los poderes ejecutivo y legislativo y a la constante injerencia de estos dos primeros en el judicial nos habíamos acostumbrado a que sólo se imputara a políticos cesados y a empresarios. Seguramente la condena de cierto juez estrella, las financiaciones de los partidos o la imputación de miembros de la Casa Real habrá escocido a muchos adeptos, pero lo cierto es que, pese a que nos entristezca comprobar hasta que punto ha llegado el nivel de degradación moral en este mundo, la presión -eso sí, bipolar- del llamado "cuarto poder" alentada por una ciudadanía cada vez más descreída y enfadada ha hecho que se informe de la existencia de cuentas en paraísos fiscales, la participación en tramas urbanísticas y las consecuciones de favores que han redundado en enriquecimientos ilegítimos, por lo que debemos estar confiados. A los malhechores, y si se demuestra que los citados son culpables no se les debe calificare de otra cosa, se les tiene que meter el miedo en el cuerpo, deben entender que nadie está ni por encima ni aparte de la justicia, y que caigan todos los que tienen que caer. Sean quiénes sean.

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