Al escuchar el sonido de la puerta al abrirse bajó el periódico, heraldo de un mundo injusto y violento en el que la verdad ha dejado de ser un valor.
- ¡Pero por Dios! ¿Qué te ha pasado...?
- Papá... ha sido el padre de María... no sé cómo...
- ¿El padre de...? No entiendo, pero ven... límpiate... ¡Pero qué demonios...!
- Te prometo que fue sin querer, yo ni siquiera quería tocarla... perdí los papeles y... ella debió avisarle por mensaje, porque inmediatamente después me abordó en la calle y sin mediar palabra empezó a pegarme sin parar, hasta que me dejó así y se fue como había venido.
Se paró en seco y musitó un Dios bendito que apenas llegó a sus labios. Enarcó una ceja y en sus ojos se reflejó toda la tristeza de los momentos en que no estuvo con él para educarle, enseñarle y hacer de él un buen hombre. Cada grito dado a su mujer, cada comentario improcedente, cada amenaza velada -hablar por hablar- volvió a su mente como si fuera el momento en que pasó.
Cogió la chaqueta y salió de casa, su rumbo fijo y su idea clara.
Cuando llegó a la comisaría no dudó ni un solo instante, pero su voz salió quebrada y en un hilo, reflejo de todos los sentimientos (ninguno bueno, ninguno alegre, ninguno de consuelo) que le habían flanqueado en el trayecto desde casa.
- Vengo a denunciar a mi hijo...
- ¡Pero por Dios! ¿Qué te ha pasado...?
- Papá... ha sido el padre de María... no sé cómo...
- ¿El padre de...? No entiendo, pero ven... límpiate... ¡Pero qué demonios...!
- Te prometo que fue sin querer, yo ni siquiera quería tocarla... perdí los papeles y... ella debió avisarle por mensaje, porque inmediatamente después me abordó en la calle y sin mediar palabra empezó a pegarme sin parar, hasta que me dejó así y se fue como había venido.
Se paró en seco y musitó un Dios bendito que apenas llegó a sus labios. Enarcó una ceja y en sus ojos se reflejó toda la tristeza de los momentos en que no estuvo con él para educarle, enseñarle y hacer de él un buen hombre. Cada grito dado a su mujer, cada comentario improcedente, cada amenaza velada -hablar por hablar- volvió a su mente como si fuera el momento en que pasó.
Cogió la chaqueta y salió de casa, su rumbo fijo y su idea clara.
Cuando llegó a la comisaría no dudó ni un solo instante, pero su voz salió quebrada y en un hilo, reflejo de todos los sentimientos (ninguno bueno, ninguno alegre, ninguno de consuelo) que le habían flanqueado en el trayecto desde casa.
- Vengo a denunciar a mi hijo...
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