viernes, 16 de agosto de 2013

Santa Comba

El murmullo de las olas ha ido creando en mí un sopor que me hace no pensar en absolutamente nada. A mi derecha medio veo la ermita, aunque no del todo, y no sólo por la perspectiva, que me permite ver parte de la cubierta y de los muros... la verdad es que no estoy mirando. Miro hacia el mar y observo el decidido volar de las gaviotas, miro la rompiente y la espuma que provoca en las olas. Siento mi piel tirante por la insolación y por la sal. No me importa estar un poco quemado, nunca me ha importado. A mi lado está ella con los ojos cerrados. Supongo que está dormida; ayer salimos hasta que no podíamos más. No ha metido ni un pie en el agua, está helada, dice. Yo me he bañado hasta que me ha dejado de doler la cabeza. Mañana me voy otra vez, siempre me voy otra vez y la espera se convierte en ansiedad conforme se acerca mi regreso. Hace tiempo que me di cuenta de que quiero pasar mi vida a su lado. Ella es callada y no lo dice, pero cuando me declaro sus ojos brillan. Estoy casi seguro de que esta historia va a acabar bien, no tengo ningún miedo del futuro y es una sensación que me gusta. Atrás quedaron las inseguridades, las discusiones, los sinsabores, las rupturas. Llegó en el mejor momento, y eso me hace pensar; si hubiera llegado antes habría encontrado a otro, y entonces a lo mejor las cosas serían distintas, y si yo hubiera llegado antes a lo mejor ella no sería la misma... y entonces las cosas serían distintas. De todos modos así es la vida, una sucesión de palos que te van dando forma hasta que te conviertes en un pulpo listo para ser metido en el caldero. ¡Menuda metáfora! Pero en el fondo así me gusta a mí ver a Dios, como un gran cocinero que saca lo mejor de nosotros cuando quiere sacarlo... y eso es lo que sentía yo allá en Santa Comba, con su ermita, su sal y sus olas,mientras mi vista vagaba tratando de sentir el grácil vuelo de las gaviotas. Aquí los gritos de las gaviotas me relajan, aquí no me despiertan haciéndome creer que es el llanto de un niño o el maullido de un gato apaleado, quizá porque Santa Comba y sus gaviotas son ingredientes que mezcló el Gran Hacedor, y en cambio a las otras las mezclamos nosotros con nuestras prisas, nuestros problemas, nuestras basuras... estiro mi brazo y cojo un puñado de arena blanca, tratando de retenerla entre mis dedos como al tiempo que me queda para irme otra vez. Un último baño; a mi izquierda las sombras empiezan a invadir la playa y la gente empieza a irse. No tengo prisa, tal vez si me demoro un poco más no me meteré en el atasco. A mi regreso ella me pregunta si nos vamos a ir ya... no le contesto, enciendo un cigarro y me siento a su lado.

- Creo que ya no nos vamos a ir nunca.

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