miércoles, 21 de agosto de 2013

No lo sé.

No lo sé, lo prometo… no lo sé; algo me pasa últimamente que da vueltas en mi cabeza y me provoca un malestar difícilmente explicable.

Puede ser que sea el hecho de vivir en un país en el que las mentiras y la corrupción han arraigado de forma endémica y se han hecho parte del paisaje. Aunque tal vez el problema sea vivir en un mundo en el que los valores y la ética han sido sustituidos por la imagen y el dinero. Pero también puede ser que no tenga nada que ver con eso, y que tenga más que ver con el mediavalismo que está recorriendo un mundo con disputas territoriales y religiosas por doquier. Es posible que todo tenga que ver con la falta de educación que nos rodea, hasta el punto de que no nos parece mal que los perros miccionen en las calles en las que juegan nuestros hijos, vemos normal que los motoristas compitan a ver quién hace más ruido, acosamos al conductor de delante para que nos deje adelantar o no saludamos ni devolvemos el saludo de nuestros vecinos.

Existe la posibilidad de que la falta de moralidad, o el relativismo de la misma, hacen que cualquier cosa valga y que supuestamente no tengan valor la decencia, el pudor o la moralidad… antes todo era más fácil; para mí, me refiero. No conocía nada y todo me gustaba. Todo era una película de vaqueros los sábados después de comer, las visitas a la playa en verano o las excursiones con la presencia segura de mi padre. Las cosas, sin embargo, cambiaron: El mundo se fue volviendo un lugar cada vez más complicado, con demasiadas lagunas en mis conocimientos, con demasiadas cosas en las que pensar y un creciente número de responsabilidades que fueron arqueando mi espalda con su peso. De pronto me di cuenta de que morían los niños, mi padre se volvió débil y también murió, dejé de tener una mano indestructible y me di cuenta de que no todos a los que yo consideraba buenos lo eran.

Un día pensé en que de pequeño hacíamos un examen de conciencia en el que nos iban preguntando si cumplíamos los mandamientos de la Ley de Dios, esos que nos han guiado a lo largo de miles de años ¿Amábamos a Dios sobre todas las cosas, o bien lo habíamos sustituido por cosas materiales y superfluas? ¿Respetábamos las creencias de los demás tratando de hacer nuestro vocabulario amable con las mismas o bien Tomábamos el nombre de Dios en vano profiriendo continuas blasfemias? ¿Santificábamos las fiestas asistiendo a los oficios dominicales y reuniéndonos con los nuestros en nombre del Señor o las dejábamos pasar con resacas interminables dedicados al fútbol y a las motos? ¿Honrábamos a nuestros padres y a los sacrificios que habían hecho por nosotros siguiendo el camino que nos habían marcado, o más bien vivíamos nuestra vida sin importarnos hacerles daño con nuestras acciones u omisiones? ¿Respetábamos la vida o hacíamos daño a la misma cometiendo o defendiendo guerras, abortos, eutanasias, genocidios…? ¿Nos manteníamos puros o banalizábamos el sexo y sus consecuencias utilizándolo como pura diversión sin responsabilidades posteriores? ¿Respetábamos todo la ajeno o sólo exigíamos el respeto por lo nuestro al defraudar, prevaricar, robar y estafar? ¿Éramos sinceros o interpretábamos la realidad a nuestra manera cuando afirmábamos, incluso en documentos con nuestra rúbrica, mentiras de una forma consciente? ¿Manteníamos nuestra cabeza lejos de las tentaciones o bien nos deleitábamos en las mismas con lecturas y fantasías dañinas para nuestra cordura y potencialmente negativas para nuestros votos matrimoniales o de otro tipo? ¿Tratábamos de obtener el fruto de nuestro esfuerzo o codiciábamos los bienes ajenos sin poner los medios para generar riqueza? ¿Amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, o más bien nos pusimos de primeros en nuestros afectos, repartimos las sobras entre nuestros más allegados y olvidamos a Dios?

¿Realmente éramos buenos? ¿Significaban algo para nosotros la lujuria, la gula, la codicia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia? ¿Buscábamos el sexo como un bien en sí mismo? ¿Bebíamos y comíamos entregados al hedonismo? ¿Queríamos siempre más y más posesiones, poder y fama? ¿Cumplíamos con nuestras obligaciones siendo responsables de las mismas? ¿Nos enojábamos por cosas que nosotros podríamos llegado el caso realizar? ¿Anhelábamos lo bueno que tenían otros? ¿Nos creíamos mejores, con más méritos y recursos que los demás?

No sé lo que me pasa, pero estoy decaído. A veces me pregunto qué rumbo ha tomado el mundo y creo que todo es culpa de que el hombre se ha olvidado de para qué estamos aquí. O tal vez nunca lo supo. Yo realmente tengo un peso en mi conciencia, ya que ni visito a los enfermos, ni perdono las injurias, ni soy paciente con los defectos del prójimo ni hago otras muchas otras cosas que sé que debería hacer, y creo que es triste, que lo que realmente me gustaría es que, tras mi paso, el mundo sea un lugar mejor que cuando llegué, y me gustaría en ese postrer suspiro haber contribuido a ello como actor, y no como un simple espectador. Y lo peor es que sé que está en mis manos y en las de nadie más.

No lo sé, tal vez sea eso lo que me pasa o tal vez sea este calor de agosto que me está machacando. Sí, seguro que es eso; en realidad lo único que me pasa es que tengo un montón de calor, y es una suerte, porque esto se arregla fácilmente con un buen chapuzón. Porque si fuera lo otro…

No hay comentarios:

Publicar un comentario