martes, 30 de abril de 2013

Adiós, ovejitas

Hace ya muchos años alguien me dijo que cuando vas en coche y encuentras ovejas hay que despedirse de ellas diciendo adiós, ovejitas, y que así siempre tendrías dinero. Independientemente de la motivación para despedirse de tan bucólica cabaña – el dinero, qué cosa tan poco romántica – desde ese día soy incapaz de no levantar mi mano y cumplir con el ritual. Hace mucho que lo hago como homenaje a la relación de un padre con sus hijos, como canto a la ingenuidad tan necesaria en este mundo. Cada vez que me cruzo a la merina, a la latxa, a la churra, a la ovella… les digo adiós y me acuerdo del que me enseñó el truco de magia y  se lo agradezco, y si alguna vez hubo algo malo entre nosotros lo olvido, y si alguna vez me hizo daño, le perdono. Adiós, ovejitas: cuidarlo y que le vaya bien, y cuidarnos también a los demás. Adiós, ovejitas: Devolvedme la inocencia y hacerme ser tan indulgente con los miedos ajenos como lo soy con los míos. Adiós, ovejitas: Llevaros el dinero lo más lejos posible o repartidlo para que a nadie le falte, y haced que nadie sufra por su falta. La próxima vez que cruce España, que será pronto, volveré a encontrarme un rebaño paciendo silencioso tras los cristales del vehículo que me lleve, y volveré a decirles adiós, y volveré a pensar en que gracias a Dios a mí el dinero, sin ser rico, nunca me ha faltado. La próxima vez que las vea, escuálidas y ajenas a nuestros problemas, me despediré y les pediré que se lleven al viejo zorro que ha decidido vivir dentro de mí y me devuelvan al niño que corría con las rodillas arañadas y llenas de tierra porque las campanas del reloj daban las diez. La próxima vez…

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